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La Corona

  • Foto del escritor: Revista Anemeria
    Revista Anemeria
  • 8 oct 2021
  • 2 Min. de lectura


¡Oh, desalmada corona adornada de innumerables joyas preciosas! Quién despoja de su humanidad a tus servidores para luego encasillarlos en un determinado papel el resto de sus vidas, y con el tiempo estos se convierten en un grupo de aduladores y advenedizos que se despedazan los unos a los otros con el fin de ganarse tu favor y de paso, para satisfacer las ambiciones de su miserable existencia, ya que ese a sido y será siempre el estilo de vida de aquellos que conforman tu corte.


Ni qué decir de tu portador, el cual debe dejar de ser una persona pensante y autónoma porque a pesar de ser una persona "escogida por Dios" para servir y proteger no sólo a su país sino también a la Mancomunidad, no sólo no puede tomar decisiones por su cuenta, sino que tampoco puede ni debe expresar lo que piensa ni lo que siente porque nada de eso importa.

Lo único que realmente importa, es que siempre esté de acuerdo con sus ministros "quienes velan por su bienestar" aunque estos no siempre tengan la razón, ya que con sus acciones en lugar de beneficiar a su país y a la Mancomunidad terminen perjudicándolos.


Por otro lado, deben conservar la tradición de sus antecesores en lugar de ajustarse a las cosas nuevas porque han sido educados para actuar como aquellos seres inalcanzables, cuyo estilo de vida es el que todo el mundo desearía tener. Porque después de todo, hay personas que se dejan deslumbrar por los lujos que se dan los miembros de la realeza que pretenden mostrarse como una familia perfecta y ejemplar pero que, en realidad tan solo son un grupo de gente imperfecta, arrogante, de amarga existencia que siempre han de actuar según la costumbre, aunque esta esté en contra de su voluntad porque lo único realmente importante es el o la monarca y el único objetivo es servirle, y aquellos que se atreven a ir encontra de los intereses de aquella fría y anticuada institución son castigados tal como sucedió con Eduardo VIII, quien abdicó porque según el protocolo no podía casarse con una mujer divorciada cuyos ex maridos aún se encontraban vivos, o como la princesa Diana quien se atrevió a opacarlos y quien por su forma de ser le permitió volverse alguien completamente cercana a la gente.



Nicolás Sanabria Castro

Bogotá, Colombia

 
 
 

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